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Opinión: Los sentimientos no se legislan
Los sentimientos no se legislan. O, al menos, no suelen obtener resultados cuando se hace. Es mi humilde pero firme opinión. Ante el incremento del auge de los movimientos independentistas, especialmente en Cataluña y El Pais Vasco (O Euskadi, o como quiera que se deba llamar ahora) planteo al lector la siguiente reflexión desde la serenidad y una buena dosis de realismo: ¿Cuál es el final del proceso?
Reconozco que me cuesta entender los planteamientos excluyentes, es decir, esas ideologías que preconizan la no pertenencia, la exclusión del diferente y el exclusivismo de determinando grupos o razas o nacionalidades. Aún así, me esfuerzo por empatizar y me planteo qué se pretende con las premisas nacionalistas, cual es el final de su camino, su objetivo. Poniéndome en situación me quedo, para empezar, con el postulado. Se desea la independencia. Bien, aceptemos la premisa. Ya somos independientes ¿y ahora qué? Ya somos catalanes o vascos, ya no somos españoles (tal vez parece más importante lo segundo). ¿Qué tenemos de nuevo? ¿El idioma? Ya lo teníamos antes; ¿el fomento de nuestra cultura? También lo teníamos; ¿Una sanidad y educación propias? También las teníamos; ¿Una policía, fuerzas de seguridad, propias? Creo que también. ¡Ya está! Una moneda, nos falta una moneda propia, pero? ¿no será mejor que nos dejen en el euro? Casi que sí.
Es decir, que lo que de verdad necesitamos es no tener, o sea, no tener relación con España, romper el vínculo. Vale, vamos centrando ya el tema. Ese es el objetivo.
Y, llegados a este punto, me cuesta evitar que el razonamiento se me vaya decantando con el concepto de xenofobia. Si la pretensión es desplazar lo español, excluir lo que viene de España autoseñalándose como distintos catalanes y vascos al resto de españoles y aceptando o deseando seguir en la integración europea es difícil eliminar ese concepto, el de xenofobia, el del odio al extranjero. Concluyo pues que es eso lo que se pretende: exacerbar sentimientos de la gente, del catalán y vasco de a pie, que dudo mucho que tenga ese sentimiento de odio a lo español cuando se trata de Juan Gómez, Antonio Pérez o cualquier vecino con apellido acabado en ?ez. Más bien creo que se ha fomentado durante décadas una aversión a los símbolos: la bandera, el himno, el idioma o el nombre España. Lo que creo que no se ha conseguido, y lo veo difícil, es instaurar el sentimiento de que el resto de españoles somos distintos de catalanes y vascos.
No me resisto a relatar una anécdota que viví hace unos días: Asistía a la celebración de la Virgen del Pilar, patrona de la Guardia Civil, junto con miembros de ese cuerpo y, finalizando la ceremonia religiosa que se organizó para la ocasión, algún familiar de la benemérita gritó: ¡Viva la Virgen del Pilar! Y todos los asistente repitieron ¡Viva!. A continuación exclamó ¡Viva la Guardia Civil! Y los asistentes corearon ¡Viva!. Otra persona, que estaba entre el público a mi izquierda se lanzó a continuación con un ¡Viva España! La reacción del público fue, cuando menos, variada, desde el que coreó igualmente (unos pocos) el que lo hizo con mucho menos volumen que en los anteriores o quien directamente (la mayoría), calló.
El que mucha gente vea en el nombre de España, la bandera o el himno un símbolo de una determinada ideología política es un rotundo triunfo de quienes han fomentado la exclusión de lo español. La tibieza de la gente a pronunciar en voz alta sus sentimientos de amor a su patria, a España, no es un indicador de que éste sea menor, ni mucho menos. Está. Existe. No me cabe la menor duda. Se manifiesta sin restricciones con triunfos deportivos de la selección de fútbol, algún tenista, y en general de los deportistas españoles. Condicionar su manifestación puede disimularlo, pero apagarlo, creo que es imposible.
En definitiva, prácticamente todos los catalanes se sienten catalanes, normal. Y prácticamente todos los españoles se sientes españoles. ¿Por qué hay que excluir esos sentimientos como antagónicos? Si, al final, el paro, la crisis, la pobreza o el sufrimiento son de los dos y serán igual o parecidos juntos que por separado porque las personas y las empresas entre esos territorios y el resto de España están unidas por sentimientos, no sólo por leyes y los sentimientos no se legislan. Dice, y creo que con razón, Mario Vargas Llosa, que todas las guerras europeas del siglo XX se han originado por sentimientos nacionalistas. Es eso, en último término, lo que se consigue al intentar legislar sentimientos.
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